martes, 22 de mayo de 2007

Antología de Anécdotas Mexicanas

TE COMENTO UN LIBRO*

En esta ocasión : “Antología de Anécdotas Mexicanas” de J. JESÚS JAIME PÉREZ, (solemnes, graciosas humorísticas, educativas, humanísticas Etc.) según reza la propia portada ilustrada por el arquitecto Arturo Jaime Jiménez, con un paisaje campirano de primavera ingenua; impresión con un horizonte de algunos zopilotes apareciendo sobre el plúmbago nuboso del cielo limitado para nosotros por dos montículos que son el telón de fondo en la lejanía del tercer término, para una hilera de árboles en perspectiva que llega hasta el primer término con un segundo más con ardilla, telaraña y araña en perfecta plomada. Un camino curvado, una zorra mordiendo la cola a una víbora que a su vez amenaza la retaguardia a su agresor, (si es coyote), o agresora si en efecto se trata de una zorra, (ésto quizá lo sabremos después de una acuciosa lectura de este bocadillo que de entrada parece ser un suculento tradicional y costumbrista aperitivo literario). Y entre este romanticismo bucólico, un conejo gris de panza blanca entre las corolas amarillas y un inesperado junco (inesperado por que no se adivina río sino camino de terracota ausente de piedrecillas o algo que se les parezca) naciendo del ángulo inferior izquierdo del primer término del dibujo.

Después de la portada leemos al final del prólogo, el nombre del propio autor J. Jesús Jaime que antes (como cuando contamos cuentos o sueños en desorden) había signado la dedicatoria: “A mi esposa, a mis hijos y a los suyos”;

Los 88 títulos de otras tantas narraciones que el autor dedica en su cuarta de forros “Con afecto para todos los Emigrantes de habla hispana”, son muestra innegable de lo prolífico del anecdotario que corre a lo largo de las 297 páginas que encuadernadas a la rústica formando el libro que ahora estamos comentando con el manido recurso de justificar con una muestra representativa este ejemplar que podrán ustedes adquirir en el domicilio de su autor, en la calle de Constitución 101 en la colonia “Los Ángeles en esta ciudad de Celaya, Gto., ya que, comentar todos y cada una de estas anécdotas, en espacio tan reducido resulta poco menos que imposible; sin embargo, aquí insertamos un texto de su obra como ejemplo: EL COMPAÑERO JAROCHO.

Es bien conocida en México la fama que tienen los jarochos, por amables y léperos, y además por supersticiosos. Ésto viene a cuento, dado que cierto día, en tiempos que laboraba yo para una dependencia federal adscrito en Celaya, salí de la oficina a comprar unas cosas que necesitaba, coincidiendo en la salida del edificio con

El Jarocho, compañero de trabajo, oriundo de Alvarado el que, como siempre, iba muy bien ataviado: paliacate rojo al cuello, pantalón color crema y una de sus inseparables y blanca guayabera. El también iba a la calle, por lo que nos fuimos echando la menta.

Al pasar frente al edificio en construcción de Banca Serfín, por la calle Don Miguel Hidalgo, unos albañiles trabajaban, afanosa y alegremente en la planta alta, teniendo una enorme escalera recargada en la fachada, que ocupaba una tercera parte,, del ancho de la calle,. Al llegar a la tal escalera, El Jarocho, supersticioso como ya mencioné antes, me tomó de un brazo, jalándome hasta media calle diciéndome:

-Vente por acá cuñao, no pasé por allí, por que é de mal agüero pasar por abajo de una escalera - en seguida me jaló hasta la acera de enfrente y seguimos adelante. Yo iba reprendiéndole de que ellos, los jarochos, “…han sido muy supersticiosos: que los gatos negros, que los tecolotes, que los martes 13, que…influyen en tales o cuales cosas que suceden.. Esos son fenómenos o hechos que fortuitamente ocurren, sin que halla nada de misterioso en ellos…” le reprendí tratando de convencerlo.

Total que, ya cuando veníamos de regreso por la misma calle, al llegar al lugar de la construcción, ahora yo lo jalé diciéndole:

-Véngase por aquí Jarocho, no crea usted en esas cosas; no tenga miedo, que no le va a ocurrir nada malo, ni mucho menos se le va a caer el edificio encima; mire, se lo demostraré.

Nos propusimos a pasar por debajo de la escalera, y , precisamente cuando lo hacíamos…¡Pácatelas!: una tremenda palada de mezcla le cayó cual sombrero, que le escurría por todos lados. El material se le había deslizado a uno de los maistros de la cuchara, allá arriba.

-¡Uta hermano…! Ya me cayó la mezcla en el hocico… por etarte haciendo caso -brincó el Jarocho, al tiempo que se limpiaba la cara, las orejas, la nuca y su muy querida guayabera con el paliacate-. ¡Ya vite, ya vite!…¿eso era lo que quería tú… que me llenara el hocico de mierda? ¿eso era lo que me quería demostrar?… En mi tierra dicen que “no tiene la culpa el indio sino el cabróng que lo hace compadre”, chico. Ahora sí, ya etará convencido de mi’ augurio, ¿o no?, ¿o no?…

Sinceramente no puedo contestarle; la risa no me dejó.

Del flaco: “… yo he nacido rumbero y jarocho, hablador de veras…”

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